Dice una tradición oriental que en la vida espiritual aparecen tres maestros diferentes.
El primero, es aquel que enciende la lámpara, que prende la vela.
Puede ser un libro, el encuentro con una enseñanza superior a lo hasta ahora sabio o aprendido. En ocasiones, es el contacto con otro buscador o inquietador que desmorona o desbarata nuestra base y crea desequilibrio en nuestro vivir.
A veces, este maestro iniciador se manifiesta como una crisis personal, incluso una enfermedad o un accidente.
El segundo es visible, es tangible. Es aquel que nos enseña a dar los primeros pasos en la vía del Absoluto.
Este tarde o temprano se marcha, debe irse, tiene que desaparecer y dejarnos solos al borde del precipicio.
El tercer Maestro, el verdadero, es quien nos empuja al abismo del no ego, a la vacuidad del no ser, e incluso salta en el espacio sin límites con nosotros.
Reconócense entre sí los verdaderos discípulos, los sufrientes, los perseverantes renunciadores, los indagadores de la Verdad al límite de ese precipicio.
El verdadero Maestro aparece-nos dice la Tradición- cuando el discípulo se encuentra al borde del abismo.
El primero, es aquel que enciende la lámpara, que prende la vela.
Puede ser un libro, el encuentro con una enseñanza superior a lo hasta ahora sabio o aprendido. En ocasiones, es el contacto con otro buscador o inquietador que desmorona o desbarata nuestra base y crea desequilibrio en nuestro vivir.
A veces, este maestro iniciador se manifiesta como una crisis personal, incluso una enfermedad o un accidente.
El segundo es visible, es tangible. Es aquel que nos enseña a dar los primeros pasos en la vía del Absoluto.
Este tarde o temprano se marcha, debe irse, tiene que desaparecer y dejarnos solos al borde del precipicio.
El tercer Maestro, el verdadero, es quien nos empuja al abismo del no ego, a la vacuidad del no ser, e incluso salta en el espacio sin límites con nosotros.
Reconócense entre sí los verdaderos discípulos, los sufrientes, los perseverantes renunciadores, los indagadores de la Verdad al límite de ese precipicio.
El verdadero Maestro aparece-nos dice la Tradición- cuando el discípulo se encuentra al borde del abismo.
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