TRAZADO DE ARQUITECTURA “EL SILENCIO”
Múltiples y valiosísimas son las lecciones del silencio
así como de su belleza y misterio. Del silencio hemos salido y a él debemos
retornar cuando llegue la hora. Cuando estamos en silencio podemos ahondar en
la significación de los misterios de la vida. En el silencio solitario de
nuestros corazones es donde descubrimos las grandes experiencias de la vida y
del amor.
Es preciso acallar a la naturaleza inferior para poder
ver la verdad o encararse con la vida con toda equidad y firmeza. Sólo cuando
se silencia y aquieta el tumulto de las pasiones egoístas, de los vehementes
deseos, del odio destructor o de la malevolencia es cuando puede dejarse oír la
voz del Guía interior -que es el Hombre verdadero-, y cuando el V.: M.: puede
dirigir la logia. Los mensajes y órdenes del maestro, el Ego sabio, no pueden
ser transmitidos a los elementos de la naturaleza inferior, ni pueden ser
“obedecidos con toda exactitud” sino cuando hay silencio en la Logia, cuando
han cesado el altercado de las luchas emocionales y mentales y cuando todas las
partes del organismo se subordinan a la dirección silenciosa del Dueño de la
conciencia, o sea del ego.
Cuando el corazón está en silencio la inspiración aparece
y la visión se aclara. En el desvelo silencioso de la noche, en la calma del
desierto, en las cumbres solitarias de las montañas, en el sosiego de los
bosques y bajo el plateado dosel de las estrellas las pasiones se debilitan, la
iluminación emana de la mente, el corazón se hincha y el espíritu adquiere alas
para remontarse al cielo.
En los escasos momentos de silencio en que se acalla el
estrépito de las bulliciosas actividades de los hombres y de sus inquietas
civilizaciones es cuando podemos encontrar paz y sentir la beatitud de una
clara visión. El silencio es siempre más elocuente que el lenguaje: cuando
tratamos de expresar la verdadera simpatía, la comprensión más profunda, el más
grande de los amores, el más genuino de los afectos y la más noble de las
camaraderías no encontramos más que palabras imperfectas e inadecuadas; pero
estos sentimientos se comunican libre y fácilmente si permanecemos en silencio.
Emerson estaba en lo cierto cuando dijo que el volumen de un discurso se puede
medir por la distancia que separa al orador del oyente.
Entre los amigos existe
una comprensión, una inteligencia callada: no existe simpatía más real ante el
dolor que la silenciosa. En las miradas de los perros y de los caballos se
descubren mudas comprensiones que, a veces, nos parecen más verdaderas y
consoladoras que las más elocuentes palabras de los hombres.
Las emociones más sublimes sobrepujan a la
capacidad del discurso y alcanzan su pináculo supremo en el éxtasis y en el
silencio. Las grandes tragedias no pueden expresarse con palabras, y hasta las
más agudas chanzas hacen que se acallen las risas para provocar un silencioso
regocijo interior. Los grandes fenómenos de la Naturaleza, el esplendor del
alba y del ocaso, la imponente grandeza de las cumbres, la fuerza de las
cataratas, la pureza deslumbradora de los nevados campos, el monstruoso poder
de los glaciares y de las avalanchas, la delicada fragancia de las flores, el
grato aroma que despide la tierra sedienta cuando pasado el tropical monzón, el
sosiego de los helados mares, el furor de la tempestad, las heroicas hazañas,
la vida de devoción y sacrificio, la amargura de la muerte y el nacimiento de
una nueva vida nos transportan a una región en que las palabras orales no son
necesarias ni posibles, y nos internan en un mundo en que el silencio reina
supremo y en que todos los demás medios de expresión son fútiles y mezquinos.
Nada hay que sea tan lívido, tan infinitamente flexible
como el silencio. Lejos de ser éste una mera negación de sonido, es capaz de
expresar la más extrema diversidad de pensamientos y emociones. Recuérdense
sino el silencio del odio implacable y del amor fiel; el silencio del desprecio
o de la veneración; el del consentimiento y de la desaprobación; el de la
cobardía o del valor; de la tristeza o del regocijo; el de la desesperación y
el del éxtasis y del placer.
Los que más hablan son los que menos hacen. El silencio
interno indicador del dominio completo y consciente sobre todo el organismo es
esencial para esa obra constante, persistente y concienzuda que conduce hacia
las grandes realizaciones y hazañas. Los hechos más bravos son los que se hacen
y viven en silencio… La incalculable fuerza de la voluntad humana -cuyo valor
apenas reconoce el mundo moderno- opera en silencio.
Saber es bueno; osar es
mejor; pero ser silencioso es lo mejor de todo. El discurso corresponde a
hombres; la música a los ángeles, y el silencio a los dioses. Los sonidos
tienen principio y fin y son temporales. El silencio nunca cesa, y es eterno.
Las voces de los sabios y de los más compasivos no son oídas más que por
quienes saben substraerse al tumulto de las palabras y de las querellas
humanas, para colocarse en el centro, esperar que suene la música del silencio
y aprender la sabiduría, la fuerza y la belleza que fluyen de ese centro para
quienes pueden aliarse con esas secretas fuerzas benéficas de donde vendrá la
salvación de los hombres y la salud del mundo.
Por lo tanto, la Francmasonería es en realidad un drama
de silencio, una sinfonía a base del tema del silencio. Ella llama a los
hombres para que abandonen el tumulto y la barahúnda de los negocios humanos y
se retiren a ese centro silencioso en donde no pueden penetrar los sonidos y en
donde todo es paz. El deber primero y constante de todo francmasón estriba en
conservar cerrada la Logia, en guardar silencio y cobijarse en ella. El
candidato a la Masonería que va en busca de la verdad entra en la Logia en
silencio y tinieblas y es conducido desde los tumultuosos sonidos del exterior
hasta el mundo interno en que cesan todo ruido y en donde reinan la paz y el
silencio serenos. En todas las etapas de su progreso es puesto a prueba en
silencio y jura permanecer callado, hasta que, por fin, sufre la última pena
antes que ser infiel al silencio. Después, desciende a la calma final; es
exaltado a una vida más plena, y oye que le dicen que busque en el sosiego de
su corazón los secretos verdaderos que el Maestro Hiram se llevó consigo al
silencio.
La inmutable tradición de la Francmasonería ordena
sabiamente que todo Hermano debería comprometerse a sellarse los labios como
prueba de su lealtad al silencio. En cada nuevo grado el Francmasón se sumerge
cada vez más profundamente en el corazón del silencio, hasta que, finalmente,
pasa por el Silencio de la Muerte, el gran silenciador, para encontrar que ha
sido exaltado a una vida superior, en donde una voz que surge del silencio
susurra débilmente, hablándole del centro en que él podrá encontrar el
verdadero secreto del Masón, para lo cual ha de ir completamente solo. En el
Centro, en el silencio de su propio corazón, encontrará él el punto situado
dentro del círculo en donde, como dice un himno egipcio, moran “La Única
Obscura Verdad, el Corazón del Silencio, el Oculto Misterio y el Dios interno
entronizado en el altar”.
M.’.M.’.
EVERARDO CERECERO MARTINEZ
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