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YEHOSHUAH

La figura y el mensaje del maestro Jesús, es digno de estudio y atención aunque esté lleno de misterios y algunas tergiversaciones producidas a través del tiempo debido a las diversas interpretaciones y traducciones. Si su figura y mensaje son dignos de atención, lo es más algunos aspectos simbólicos que encierra no solo en su nombre sino en otros aspectos que ahora veremos.

Leemos en los evangelios que cuando le preguntaron si venía a eliminar la ley de Moisés dijo rotundamente que no venía a eliminarla sino a confirmarla pues en dicha ley se encuentra la esencia del cristianismo místico si interpretamos esa ley con mayúsculas. Pero también dijo que el sábado (shabat) se había hecho para el hombre y no el hombre para el sábado.

En las inscripciones religiosas vemos su nombre junto al acróstico “INRI” que exotéricamente se traduce por “Jesús nazareno rey de los judíos”, pero que en clave alquímica significa “ígneo natura renovatur invecta”, es decir, la naturaleza se renueva a través del fuego.

Para muchos cristianos el escuchar lo de Jesús de Nazaret hace que sus mentes imaginen su procedencia, como si hubiera habido una ciudad llamada Nazaret, cuando en realidad, la ciudad de Nazaret se fundó en el siglo V de nuestra era. Por tanto, aquí vemos claramente que el epíteto se produjo antes que el sustantivo, lo cual nos da a entender una argucia para poder seguir distorsionando el verdadero significado de nazareno.

En los evangelios sinópticos, cuando hablan de la inscripción en la cruz no mencionan la palabra nazareno. Solo en el Evangelio de Juan se incluye el término nazareno en la inscripción. En el Nuevo Testamento se utiliza el término nazareno para nombrar a los seguidores de Cristo. Dicho nombre viene de los primeros cristianos y eran designados así por sus contemporáneos judíos.

En la historia más reciente de la Iglesia, el término ha sido aplicado a un grupo de judeo-cristianos del siglo IV, cuyos miembros mantenían la observancia de las normas judías incluyendo la circuncisión, el shabat y las leyes respecto a la alimentación. También creían en la divinidad de Cristo. Los nazarenos se diferenciaban de otros grupos cristianos de origen judío como los ebionitas, tanto por sus creencias como por su negativa a aceptar que los cristianos no judíos pudieran mantener la observancia de los ritos del judaísmo.

Se dice que Juan el Bautista también era nazareno, de ahí que al grupo se le conocía también como bautistas. Esta parte de la historia está llena de controversias, pues el hecho de que fuera Jesús quien se presentara ante Juan para ser bautizado, lo interpretan algunos como significando un mayor rango de Juan, “la voz que clama en el desierto”.

El caso es que nazareno o nazarita indica la pertenencia a un grupo y no la procedencia de una ciudad.

Jesús en griego se pronuncia “Ie-esus”, pues procede de una versión judía-griega del nombre hebreo Yehoshuah que en español podemos traducir por Josué que a su vez significa “el Espíritu en Él”. El origen del nombre en el Nuevo Testamento proviene de la traducción del hebreo bíblico al griego que hicieron los sabios judíos de Alejandría, Egipto.

Aunque los escribas del Nuevo Testamento leyeron los textos sagrados  en hebreo y arameo, han utilizado esta traducción en sus citas y referencias. En la versión judía-griega del hebreo bíblico se tradujo el nombre Yehoshuah (Iesus) y más tarde por su versión corta “Yeshua”. Josué, pronunciado Yehoshuah significa YHVH/Adonay es salvación.

Dado que la Biblia llamada Septuaginta (285-247 a.C.), usa el nombre griego de Jesús como Yehoshuah, se puede afirmar que el nombre de Jesús en español está arraigado en la tradición de las traducciones de textos antiguos de judíos que hablaban griego, y por lo tanto, se usa correctamente por los seguidores de Cristo hoy día junto con otros nombres como Yeshua.

En el martinismo se nombra el tetragrama y se menciona “con la adición de shin” refiriéndose a Jesús. Esto procede de la Cábala Cristiana, pues se dice que Pico de la Mirandola y Reuchlin fueron quienes agregaron  la letra hebrea shin al tetragrama. A partir de ellos, Papus llamará a Cristo con ese nombre.

El término Gran Arquitecto del Universo*(GADU), fue creado por Philibert Delorme en el año 1567, luego popularizado por Kepler en su “Astronomía Nova”. En un principio este término era aplicado a Dios, pero Martínes de Pasqually comienza a usar el término aplicado a Cristo. Otros nombres aplicados a Jesús son:

 Espíritu doblemente poderoso.
 Espíritu octonario.
 Ángel del gran consejo.
 El Mesías.
 El reparador.
 La Sabiduría.
 Hely o fuerza de Dios como también receptáculo de la divinidad.

El término Mesías requiere alguna consideración pues en el cristianismo  se ve como “el ungido del Señor”, es decir, aquel que restaura el caos.

Inclusive se dice que Adam produjo la caída y que Cristo seria el restaurador de la misma. Sin embargo, en el Sefer ha Zohar (libro del esplendor), leemos que Mesías es el hombre autorrealizado. Por otro lado, en la Cábala Tardía de Louria leemos que la restauración del universo es un acto natural independiente del Mesías.

Uno de los títulos más misteriosos que se le atribuyen a Jesús quizás sea el de Hely cuya raíz está relacionada con las palabras luz, claridad, halo, y relacionada con la voz “hela” que literalmente quiere decir “en verdad” y que como dijimos arriba indica “fuerza de Dios” y “receptáculo de la divinidad”.

No debemos confundir el término Hely con las últimas palabras de Jesús en la Cruz, aunque podemos interpretar su último suspiro como la entrega de “hely” al Padre.

Como sabemos, el arameo había desplazado al hebreo del uso común, por tanto, las palabras de Jesús están dichas en arameo, aunque en ocasiones las vemos traducidas al hebreo. Sin embargo, sus últimas palabras en la cruz han sido traducidas del arameo, aunque a veces, como dijimos, en los evangelios las vemos en hebreo. Unos evangelios dice: “Elí, Elí ¿lama sabactani?”, como el de Mateo.

En el de Marcos leemos “Eloí, Eloí ¿lama sabactani?”. En ambos casos podemos traducir por “Señor, Señor ¿por qué me has abandonado?”.

Acto seguido se dice que Jesús exhaló su último suspiro, pero antes había dicho: “Señor, en Tus manos encomiendo mi Espíritu”. Es en este momento en que esa fuerza de Dios, ese receptáculo divino, el Hely, es entregado al Padre.

En el Evangelio de Juan no hay concordancia con los dos evangelios citados, y dicen los traductores de la Biblia de Jerusalén que el discípulo amado no incluyó ciertos detalles del momento final de Jesús para no eliminar su majestad.

Para el martinismo hay una distinción clara entre el Jesús hombre con su propia cronología y el Jesús Cristo que contiene la idea de eternidad. Nos referimos entonces al Cristo Cósmico como único intermediario indispensable para el proceso de reintegración.

Louis Claude de Saint Martin, en la Octava página del Libro del Hombre, trata el número temporal de aquel que es el único apoyo, la única fuerza y la única esperanza del hombre. Visto así, Cristo es una emanación atemporal que ha encarnado varias veces.

Para Jean Baptiste Willermoz, Jesús es un segundo Adam que fue unido con el Cristo y que trabajó su voluntad unida a la de Dios, y que por intermedio del Cristo se hizo uno con Él.

En la pasión, muerte y resurrección de Jesús vemos los arquetipos de lo que sucede internamente en cada hombre y mujer respecto a nuestro ego circunstancial, el cual debe morir para hacer resucitar el verdadero ego.

Esta regeneración la ve el Filósofo Desconocido como el proceso interno en nosotros para nuestro reingreso en la Unidad a través del Cristo.

Cada año el mundo cristiano revive los hechos ocurridos hace más de dos mil años, pero se quedan en el aspecto externo y no reparan en que es un proceso interno.

Mientras contamos los hechos acaecidos en el pasado estamos perdiendo la oportunidad de resucitar el Cristo en nosotros.

La historia narra que Jesús murió en la cruz, Cristo muere en nosotros a menos que lo resucitemos.

El psicólogo transpersonal Ken Wilber, también le da a la Semana Santa un sentido místico de muerte del yo externo y renacimiento del yo interno. A continuación esbozamos sus ideas respecto a este proceso interno.

¿Existe un camino que nos lleve a la experiencia de Unidad? Las distintas tradiciones llaman con varios nombres a esa muerte y nuevo nacimiento. Así por ejemplo, en el cristianismo, recibe los nombres de Adam, a quienes los místicos llaman el “hombre viejo” u “hombre externo”, y del que dicen abrió las puertas del infierno; y de Jesús, “el hombre nuevo” u “hombre interno” que abre las puertas del paraíso, pues en opinión de los místicos, la muerte y resurrección de Jesús constituye el arquetipo de la muerte del yo separado y la resurrección de un destino nuevo y eterno dentro de la corriente de la consciencia, a saber, el Ser divino o Crístico y su Ascensión.

Dijo San Agustín: “Dios se hizo hombre para que el hombre pudiera hacerse Dios”. En el cristianismo este proceso de retorno desde la condición humana a la condición divina, es decir, de la persona externa a la persona interna, se denomina “metanoia”, una palabra que significa tanto arrepentimiento como transformación.

En tal caso nos arrepentimos del pequeño yo, el ego individualista, y nos transformamos en el Ser o Cristo, de modo que, como afirmaba San Pablo, “no soy yo sino Cristo quien vive en mi”.

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